"Mitología"


El sol aparecía entre los visillos de polvo
que anunciaban la dejadez.
La madera formaba paredes inconsistentes,
libres como su espera.
Seguía reclamando el momento marcado para recibir,
entre una familiar incertidumbre,
la gracia sobrenatural sobre la luz de su rostro.

Afuera, la sábana, toda blanca, lucía su esplendor natural.
Tal vacío la invadía que llegaba a molestar
su brillo inhumano.
Entre reflejos irregulares y tranquila oscuridad
transcurrió la noche.
Todo quedaba oculto salvo su brillante expresión,
significante de la esperada contemplación
de su diosa, símbolo de su valor y entrega.

Cuando los rayos timidos del nuevo sol
volvieron a acariciar la hierba que descansaba a sus pies,
su impaciencia comenzó a hacerse visible.
Pasaron sobre la tapizada blancura
la sombra del árbol, de la casa, del pájaro
que vigilaba a todos los habitantes del valle.

Comenzaban a empujarle las dudas
en el instante en que el cambio sobrevino.
Por un momento su sensiblidad se redujo
a estímulos interiores, limitada por un halo pegado
a su costra humana.
No le era permitido ni vivir el espacio
ni diferenciar el ritmo del tiempo.

En un imprevisto y sonoro suspiro
de aquel largo y agonizante latido,
un rayo se proyectó sobre él
para infundirle el conocimiento infinito
de un nuevo estado encontrado más allá.
Repleto de sentimientos y vivencias
se enfrentaba a él mismo por lo que había sido,
efectuaba juicios dolorosos sobre su pasada vida.
Desde su cuerpo y su mente sobrehumanos,
condenaba y perdonaba lo hecho
gracias a su nueva sabiduría,
que ponía en evidencia el desconocimiento
en el que vive el ser humano.

Allá, en el fondo de ese largo túnel de clarividencia,
escuchaba la llamada que tanto esperó.
Se acercó con decisión para contemplar
la belleza que había más allá de sus formas de mujer,
para percibir la verdad que tanto había deseado
cuando aún era un hombre.