Una noche sevillana.



kevin kensit


En la noche sevillana 
de Víctor y Ana,
la tardía adolescencia
de mi torpe corazón
aún abrazado a la confusión,
comienza una nueva etapa
fuertemente entrelazada 
a sus letras y a sus voces.
La vida lanza sus cuchillos
a mi alma
cuando descubre
que mi nueva responsabilidad
me indica una salida
para rápidamente gritarme
que no es por ahí.
Hace falta
tener dura la piel.

En la noche sevillana
de una explanada
en la Maestranza,
mi alborotada esperanza
encuentra
una desnutrida calma.
Así soy.
Desde los descubrimientos
de un inseguro viaje
en el que boxeo con mi sombra,
la música es la tranquilidad
entre el heredado desconcierto
por el que no seré nunca 
un juguete roto.

Mientras comparto
una incipiente amistad
que pasará
y no volverá,
intento
no renunciar a nada.

Hace un año,
de paso
por la Puerta de Alcalá.
En éste,
frecuentando
el Barrio de la Santa Cruz.
Afectos 
que quedan para siempre
en un rincón de mi recuerdo
como camisa blanca
de mi esperanza.

Sensaciones imprevistas
por ser nuevas,
por ser vida,
mientras la mirada
hacia la luna,
clava una flecha más
en mis deseos
cuando mis labios
afirman en la distancia
que nada sabe tan dulce
como tu boca.

Aún cruzando los brazos
como un acto reflejo
por los pecados
que ni siquiera sé si tengo,
cada mañana del lunes 
a las seis
sueño despierto
-para poder avanzar-
que pronto viviremos
en la luna.

Lejos de los afectos
que serán olvidados,
gira el carrusel
en el que siempre
tendrás un espacio,
y por encima 
de los que los dos
seremos la eternidad.