LABERINTOS DE PAISAJES Y SENSACIONES



Inmovilidad casi plena
con el suave rizo de la andaluza.

Sólo mi movimiento,
que ya acabó,
empuja a un infante gorrión desplumado,
que con torpe tino y finas suelas,
se frena hasta quedar quieto.

Perfilada quietud
en verticales filas de troncos
sin hojas.

Balcones apagados
en los que falta
la correndilla del pequeño,
con sus inocentes risas
y sus apagadas cabezas.

Como en los ritos repetidos,
las horas asoman
sus cortas puntas afiladas
y redimen pocos racimos
de entre la madera.

Fría claridad de un día mortal,
pues al nacer
conocía su final
entre la oscuridad de la noche
que absorbe
el fuerte sol de la tierra.

Con el entusiasmo del superviviente,
descanso al momento íntimo
de escapar a mi refugio.

Fragilidad escondida
en una fuerte y exuberante fortaleza,
sólo mermada
en los últimos claros del tiempo.

Perseguido por alguien cercano
y conocido,
sensible a las opiniones
y al gesto
que no adivino,
funesto en mi alma,
casi indispuesto.

Frente a mí
estirpes voladoras
en busca de sustento.
Pequeños puntos negros
que parecen desplegar
sus negras alas del cuerpo
para después esconderlo.

Frente a mí
balcones, que siguen siendo
desconocidos,
en los que busco gente,
en los que añoro simiente.
Espacio incompleto
en rítmica armonía
de colores y cantos,
y sobre todo calor.

El cielo despeja mi rostro
para divisar la senda
dibujada bajo el sudor del sol.

Frente a mí
lo nuevo y lo antiguo,
muy unidos, conectados
por un alma que también respira;
encadenados por un puente
que cuidamos sin saberlo,
que queremos sin pensarlo.

Y en casa, al final del camino,
me invaden las sensaciones
de este medio recorrido:

de la humedad de las gotas
sobre mi pecho desnudo:
del aligerar las ramas
por el viento fuerte y duro:

del sonido de retumbos
desde el cielo negro y tuno:

del compensar de la lluvia,
mística y blanda cortina:

de un hallazgo repetido
y del familiar murmullo:

de la serena impaciencia
del cielo por ver su fruto:

de la música arrendada
para reunir un mundo:

de mis esperas medrosas
y de mi amor infantil:

de los charcos preparados
para escurrir el pernil:
de mis recuerdos en casa,
de mi madre sobre el lecho
y mi padre por decir:

de la caprichosa lluvia
y de mi especial sentir:

del cierto amor de mi vida
y del hijo por vivir.